El convento de las Comendadoras
de Sancti Spiritus de la Villa de
Alcántara en el siglo XVI

Por D. Serafín Martín Nieto
Licenciado en Filología Románica

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Sorprende que la Orden de Caballería de Alcántara, no obstante su pujanza económica y los extensos territorios sobre los que ejercía la jurisdicción, apenas prodigara el establecimiento de conventos femeninos de su propio Instituto, sujeto a la Regla de San Benito y Orden del Císter, la cual contaba en España con importantes monasterios femeninos. Las fundaciones del de las comendadoras de Sancti Spíritus, en la villa matriz, y del de San Pedro, en Brozas, constituyen las únicas excepciones.

En el presente trabajo abordamos la historia del monasterio alcantarino desde su fundación, en uno de los momentos más delicado del reinado de Carlos I, hasta el fallecimiento de Felipe II, bajo cuyo reinado, se trasladó al nuevo dentro la Villa.

LA FUNDACIÓN Y LA VIDA CONVENTUAL

De Hospital a Convento:

Refiere Pedro Barrantes Maldonado, en sus Antigüedades de la Villa de Alcántara1, que, allá en los comedios del siglo XIII, unas mujeres de su linaje, muy ricas, siendo una de ellas Antonia Sánchez, nieta del alférez real Hernán Sánchez reconquistador de Alcántara en tiempos de Alfonso IX, donó, para albergue de pobres, un portal (mesón) en el sitio, entonces despoblado de la Cañada, por donde transitaba el ganado. Allí, se levantarían una capilla y un hospital bajo la advocación de Sancti Spíritus. Para su sustento, la referida doña Antonia u otra señora de su familia lo dotaron con las dehesas de la Nora Encalada y de Aldonza de la Cofradía, las cuales, junto con otras, según veremos, servirían de dotación para la erección del monasterio de las comendadoras.

Como en todo el reino castellano-leonés, en la villa de Alcántara abundaban los hospitales, de corto espacio y de aún más flaco patrimonio que apenas bastaba para mantener no sólo el servicio religioso, sino también el asistencial; lo que preocupaba a los obispos de Coria que, incesantemente, trataban de reducirlos en otros de mayor importancia.

Pero tal no era el caso del de Sancti Spíritus, cuyas pingües rentas suscitaban la codicia de algunos clérigos que deseaban apropiarse de ellas. Por esta causa y porque escaseaban los conventos femeninos donde pudieran ingresar las doncellas, la nobiliaria hermandad concibió la idea de transformar el hospital en convento, conforme al testimonio de los propios cofrades en su exposición al Rey:

"De mucho tiempo a esta parte, una muger, que fue bezina de la dicha villa, y otras muchas avían fecho y constituido la dicha confradía; y con cierto número de confrades, y dotado ciertos maravedís de renta de hierva para que se dijesen ciertas misas por sus ánimas en una iglesia que ellos avían fecho en la misma adbocazión y se diese una comida a los dichos confrades; lo qual se avía fecho y cumplido desde el dicho tiempo a estta partte. Y que, a causa que las dichas rentas de las dichas cofradías avían crezido en nueva cantidad, más de la que solían estar, algunos clérigos avían tratado de impetrar la dicha yglesia y a las rentas de dicha cofradía; y cada día se esperava que la impetrarían. De cuia causa y en la dicha villa no había monasterio de relijiosas; y ellos querían fazer y fundar junto a la dicha yglesia un monasterio de monjas de la dicha Orden de Alcántara, y que la dicha yglesia se incorporase en él, en el qual pudiesen entrar las hijas de los cofrades y vezinos de la dicha villa y de otras partes, con tanto que los dichos cofrades pudiesen meter al presente doze mujeres hijas y herederas de los cofrades de la dicha cofradía en el dicho monasterio, porque estas fuesen preferidas a otras qualesquier personas que hubiesen de entrar en el dicho monasterio, llevando cada una dellas quinze mil maravedís de dote y una cama de ropa, conforme a una bulla apostólica que de ello tenían concezida. Y de presente, dotarían de treinta mil maravedís de renta en cada un año para el dicho monasterio y más otros quatro mil maravedís para un capellán que dijese misa a las dichas monjas, porque de ellos Dios Nuestro Señor será servido y el culto divino acrezentado. Y que las dichas monjas serían del ávito de la dicha orden y estarían devajo de la corrección del Maestre o Administrador de ella y de sus Visitadores Generales y no de otra persona alguna".

El 31 de agosto de 1518, Carlos V, por Provisión dada en Zaragoza, les concedió su real licencia para la fundación del monasterio, con la condición de que todas las monjas "al tiempo que hizieren professión de la dicha Orden prometan obedienzia y castidad y pobreza y que estarán a la obedienzia, visitazión y correczión del monasterio y administrador de la dicha Orden", además de guardar clausura perpetua. Asimismo les daba facultad para que las doce primeras doncellas que profesasen, fueran hijas de cofrades, quienes aportarían una dote minorada en 15.000 maravedís y una cama de ropa. Por su parte, los cofrades debían redactar las ordenanzas por las que se regiría el monasterio y presentar la licencia real ante el primer Capítulo de la Orden que se celebrase.

El 10 de octubre de 1519, en el año séptimo de su pontificado, el Papa León X otorgó la bula fundacional, por la que facultaba al obispo de Asculano, estante en la Curia Romana, al de Plasencia y al oficial del prelado de Coria, insolidum o mancomunadamente, para autorizar a los cofrades a edificar el monasterio, "sub invocatione Sancti Spiritus", con todas las dependencias precisas, incluido el cementerio, junto a la capilla del hospital o en un cualquier otro emplazamiento idóneo: "per praesentes commitimus et mandamus, quatenus vos, vel duo, aut unus vestrum, si est ita, eisdem Confratribus apud Ecclesiam praedictam, in domibus, seu solo, aut terra hujusmodi, vel alio loco dicti Oppidi ad id commodo, convenienti et idoneo, ex residuis, proventibus confraternitatis hujusmodi, aeficia pro uno Monasterio Monialium Militiae, et Ordinis praedictorum, cun Ecclesia, campanili, campana, seu campanis, dormitorio, seu refectorio, claustro, hortis, hortalitjs, et alijs officinis necessarijs, sine alicujus praejudicio construi, et aedificari faciendi, licentiam concedere", incluido el cementerio conventual, señalándoles por visitadores a los freiles alcantarinos ("quae per Visitatorem, seu Visitatores ejusdem Militiae, juxta illius morem, et non per alium, seu alios visitari debeant"), y concediéndole todas las exenciones y privilegios, presentes y futuros, propios de la Orden; al tiempo que restringía el número de religiosas a treinta "proearum substentatione summam triginta" de las cuales doce habían de ser hijas de cofrades. Para lo cual, debía dar también su aquiescencia el Rey, en su calidad de gran Maestre de la Orden: "si ad hoc charisimi in Christto fili nosttri Caroli, Romanorum electi et Hispaniarum regis catholici, moderni Magistri, seu administrattoris ipsius militiae, expresus aceserit assensus"

El 17 de octubre de 1519, ante el notario apostólico Jorge de Quirós, clérigo de la diócesis de Coria, se reunió capitularmente la cofradía de Sancti Spíritus, bajo la presidencia de los mayordomos Rodrigo de Neyra y Francisco García, y con la asistencia de los diputados Juan de Sanabria, el licenciado Íñigo de Soto y Francisco de Campofrío; y de los cofrades Francisco del Barco, Juan de Oviedo, Juan López de Horna, el licenciado Bernardino, Juan de Vargas, Francisco de Mercado, Hernando Bootello, Juan de Grados, Gregorio de Godoy, Juan Serrano, Cristóbal Mógena, Lope de Villalobos, Diego Barrantes, Diego Barroso, Nicolás de Salamanca, Sebastián Sánchez, Juan Pérez de Prado, Juan Gallego, Diego Barrantes, Francisco de Grados el viejo, Francisco de Grados el mozo, Alonso Copete, Hernando de Mendieta, Pedro de Estrada, Francisco de Carvajal, Diego Chamizo, Francisco Palomeque, Pedro de Quirós, García Sánchez, Juan Castellanos, Alonso de Campofrío y Francisco Remellado, todos miembros de las familias nobles de Alcántara, para formalizar la dotación del futuro convento, de conformidad con la preceptiva facultad real alcanzada: "por quantto nosotros, en nombre de la dicha cofradía, huvimos suplicado al Rey don Carlos, nuestro señor, Rey de Romanos, futuro Emperador, semper augusto, perpetuo admjnistrador desta Horden e Cavallería de Alcántara que su Altteza e Çesárea Magestad nos diese liçençia para que edeficásemos un monesterio de monjas en esta villa de Alcántara y su Alteza dio el dicho consintimjento y liçençia con tanto que dotásemos de los frutos de la dicha confradía para el dicho monesterio treynta mil maravedís de renta para las dichas monjas y quatro mjll maravedís para un capellán".

El 23 de noviembre de 1519, el obispo de Asculano, a quien se dirigía la averiguación de la narrativa para la fundación, dio sus letras ejecutoriales en Roma. Una vez obtenidas la bula papal y la licencia real, sólo faltaba contar con las monjas fundadoras para que se hiciera realidad el deseo de la cofradía.  A este fin, el 3 de enero de 1520, en presencia del escribano Alonso de Chaves, los cofrades Francisco del Barco, Alonso Copete, Juan de Vargas, Hernán Bootello, Juan de Grados, Francisco de Grados, Pedro Remellado y Álvaro Remellado dieron poder a Francisco de Grados el viejo para comparecer ante el Emperador y solicitar la designación de dos monjas, "personas y dónyas e sabias" que vinieran a poblarlo. El 6 de dicho mes y año, lo suscribieron también Juan Gallego, Lope Rodríguez de Villalobos, Lorenzo Blázquez, Juan de Oviedo, Francisco de Mercado, Fernando de Aponte, Juan Pérez de Prado, Juan Serrano, Pedro de Estrada, el licenciado Bernardino, Francisco de Mendieta, Lope Rodríguez de Villalobos, Cristóbal Mógena y Esteban Valdárrago.

Mientras tanto, parece que los cofrades, habiendo cambiado de criterio, pretendieron morarlo con religiosas clarisas, a lo que se opuso frey don Juan Zapata, Comendador de la Peraleda y Fiscal de la Orden, el cual, temiendo acaso la intromisión de los franciscanos y su posible influencia en territorio alcantarino, solicitó del Real Consejo de las Órdenes que las religiosas fuesen cistercienses, sujetas a la regla de San Benito, es decir, a la misma que observaba la Orden de Caballería de Alcántara, bajo cuya obediencia situó al nuevo monasterio. Así se proveyó por Real Provisión dada en Valladolid el 9 de febrero de 1520. El 8 de marzo de dicho año, Martín de Oviedo, escribano público de Alcántara, la exhibió a los cofrades de Sancti Spiritus, los cuales, como no podía ser de otro modo, la acataron en el acto.

Los inicios del Convento y sus primeras pobladoras.

El 1 de agosto de 1520, los cofrades dieron poder a Juan de Sanabria, tío carnal materno de San Pedro de Alcántara, para solicitar la licencia real, gestión que se aventuraba peligrosa debido al estallido de las comunidades, de cuyas revueltas se salvó la villa de Alcántara gracias a la lealtad al Emperador del gobernador del Partido, frey don Antonio Bravo de Jerez, quien supo apaciguar el territorio de la Orden, a pesar de los levantamientos de las cercanas ciudades de Plasencia y Coria y de la villa de Cáceres. Juan de Sanabria, atravesando gran parte del foco comunero, se dirigió a Valladolid, donde al frente de la Corte se hallaba el Regente, Adriano de Utrecht.

En la mencionada capital castellana, el 23 de dicho mes y año, dos días después del incendio por parte de las tropas imperiales de la ciudad de Medina del Campo, y un día antes de que Padilla entrase triunfante en la arrasada ciudad, el Emperador dispuso que del monasterio de las Huelgas Reales de Valladolid, fundado por la reina doña María de Molina, mujer de Sancho IV, de la regla de San Benito y usos del Císter, saliesen las cuatro fundadoras, monjas de gran nobleza de sangre. Éstas fueron: doña Ana de Guzmán, primera abadesa; su hermana doña Isabel de Herrera, priora; la sobrina de ambas doña Ana de Rojas (llamada también doña Ana de Guzmán), cantora; e Isabel Alonso, portera.

A través de este ambiente belicoso, Juan de Sanabria consiguió trasladarlas, sanas y salvas, desde Valladolid a Alcántara y, como narra su sobrino Pedro Barrantes Maldonado, "tenídola acá y a las demás dos messes en su cassa en tanto que se acabaua de reparar el monasterio de Sancti Spíritus de la Cañada".

Se desconoce la fecha exacta en que pasaron al convento, que hay que situarla entre finales de septiembre y principios de octubre de 1520, puesto que, muy pronto, comenzaron la profesión de doncellas alcantarinas. La primera sería María de Sanabria Argüello, hija del citado Juan de Sanabria, prima hermana de San Pedro de Alcántara, a la que se concedió tal honor en consideración a que su padre había llevado todas las gestiones para la fundación del monasterio y traído a las fundadoras. Junto con ella, fueron recibidas otras dieciséis hijas de cofrades16, quedando, de las 18 contempladas en la bula fundacional, "una por meter y aún no está metida este año de 1573", al decir de Pedro Barrantes.

El hábito, conforme al uso del Císter, era blanco, con escapulario y velo de seda negros y cogulla blanca. Las de Sancti Spíritus, y posteriormente las de San Pedro de Brozas, ostentarían la cruz verde de la Orden al pecho. Con ellas, se iniciaba la vida monacal en Sancti Spíritus, que duraría hasta 1835, en que fueron exclaustradas en virtud de las leyes desamortizadoras de Mendízábal. Tenemos constancia documental de la profesión de otras dos religiosas a principios de 1521: el 22 de enero, Elvira Pacheco; el 20 de febrero, con renuncia del año de noviciado, Catalina de Quirós.

Otra de las primeras doncellas profesas fue Isabel Barrantes. El 23 de abril de 1522, las monjas dieron poder a Juan de Sanabria, su primer mayordomo, "para que podades tomar y tomedes y aprender y aprehendades las possesiones de unas casas que están en la dicha villa de Alcántara, que an por linderos casas de Françisco de Campofrío y casas de Garçía Topete y por do mejor parte, que el dicho monasterio hubo con Ysavel Barrantes, monja profesa del dicho monasterio".

Pero, como en casi todos los cenobios, las rentas resultaban cortas e insuficientes para atender todas las necesidades. En estos difíciles momentos iniciales, los cofrades de Sancti Spíritus velarían para que el recién establecido convento pudiese prosperar. Así, en 1521, solicitaron del Emperador licencia para agregar a las tres misas semanales con que habían dotado al monasterio, las dos que, antes de la fundación monacal, solía decir en la iglesia del hospital la cofradía de Santa María, después de haber vencido la resistencia de algunos de sus miembros ("e algunos otros confrades lo han contredicho e después consentido"), "pues la dicha casa es nuevamente fundada e en su fundaçión e rehedificaçión se ha mucho gastado e no tienen ny basta para dezir cada día missa en ella sy las dichas dos missas no se dixesen y en esto Vuestra Alteza hará servjçio a Dios y a nosotros gran merçed y a la dicha casa gran bien e limosna".

En 1521, las monjas ganaron Real Provisión por la que se les autorizaba a pedir limosna en Galicia, durante dicho año. Mientras tanto, el patrimonio se iba incrementando también con el recibimiento de nuevas religiosas, cuyas dotes consistían, fundamentalmente, en casas y rentas de hierbas en dehesas.

El 23 de abril de 1522, otorgaron poder a favor de su mayordomo Juan de Sanabria, no sólo general para pleitos, sino también para tomar posesión de unas casas, colindantes con las de Francisco de Campofrío y las de García Topete, que, en concepto de dote, había aportado Isabel de Barrantes en el momento de su profesión.

Tres días después, ante el magnífico señor frey don Antonio de Jerez, Comendador de Piedrabuena, Gobernador y Justicia Mayor de la Provincia y Partido de Alcántara, compareció Juan de Sanabria para, en nombre del convento, solicitar la entrega de las dehesas vinculadas en la fundación. Al día siguiente, la abadesa, habiendo requerido al alguacil mayor Juan de Ortega con el mandamiento del Gobernador, en presencia del escribano Alonso de Chaves, tomó posesión civil y corporal de las mismas, además de la del Rincón de los Villalobos que en concepto de dote había aportado la religiosa Catalina de Quirós.

Mientras tanto, los cofrades habían trasladado el hospital a la calle Nueva, a una casa que habían comprado a Juana de Quirós ante el escribano Martín de Oviedo el 4 de marzo de 1522.

Pleitos de la Cofradía:

La casa resultaba estrecha e incómoda para la vida monacal. Para hacerla más habitable, se necesitaban grandes obras que exigían un fuerte desembolso económico. Como, por otra parte, los cofrades no habían cumplido con la obligación de ampliarla, muy pronto, entre ambas partes surgieron diferencias que desembocarían en un largo litigio en "razón que dicho monesterio es de los dichos cofrades, que les hagan la casa edifizio de ella y otras cosas". El 5 de junio de 1527, con el deseo de allanar el conflicto y resolver el litigio pendiente, tras la celebración de los tres capítulos de rigor, se reunió, ante el notario apostólico Pedro Bello, la comunidad, presidida por su abadesa, "la muy rreverenda e muy noble e devota señora" doña Ana de Guzmán, con la cofradía, representada por: Gregorio de Godoy, mayordomo; Sebastián de Cabrera, Francisco Pacheco, Juan de Grados y Juan Roco, diputados; Francisco de Cabrera, escribano de la hermandad; el licenciado Pedro de Herrera, Diego de Argüello, Alonso de Campofrío, Juan López de Horna, Alonso Barrantes, Alonso de Cáceres, Diego Barrantes, Francisco Remellado, Sebastián de Neyra, García Gómez, Francisco Barba, Francisco Gorvalán, Pedro Remellado Esquiván, Sebastián Sánchez, Francisco de Grados, Alonso de Ribera, García Garavito, Diego de Barrasa y Alonso Blázquez.

Bajo la condición de que el convento se apartase de todos los pleitos y de que perpetuamente hubiese en él seis religiosas hijas o hermanas de cofrades, recibidas con la dote expresada en la bula fundacional, la cofradía les entregó 7.000 maravedís de renta en la dehesa de Aldonza y las cuadrillas de San Miguel que se daban a terrazgo.

Unos días después, concretamente el 11 de dicho mes y año, reunidos en la iglesia conventual la comunidad y los cofrades, con asistencia de Gregorio de Godoy mayordomo y muchos hermanos, elevaron a públicos los acuerdos y las condiciones siguientes: la cofradía podría entrar tres religiosas más (en total ascenderían a 15) por la misma dote de 15.000 maravedís y una cama de ropa; que se reducirían paulatinamente a seis, pues cuando falleciesen las primeras doce profesas hijas o hermanas de cofrades, sólo se cubrirían las vacantes de las seis perpetuas. La cofradía conservaría esta preeminencia, aunque el convento se mudase del edificio en que estaba establecido, propiedad de la cofradía, a otro que no lo fuese. El convento no gozaría de las rentas arriba especificados mientras no fuese validado el convenio mediante las preceptivas licencias real, cuyos gastos correrían a cargo de las monjas, y la papal, a cuenta de los cofrades. Aunque todo parecía convenido y acordado, sin embargo, el asunto tardaría aún largos años en resolverse.

El 4 de agosto de 1533, "día de la misa del mes que se dize por la cofradía de Santti Spírittus", se otorgó un nuevo acuerdo, por el cual el convento recibiría 12.000 maravedís de renta de hierbas, en vez de los 7.000 anteriormente señalados, que empezaría a percibir apenas su Santidad confirmase este nuevo convenio. A cambio las monjas, y asimismo el fiscal de la Orden de Alcántara, se apartarían de cualquier litigio que les hubiesen entablado. Además, para evitar futuras discordias, se pormenorizaron las capitulaciones relativas al privilegio de que gozaban los cofrades, los cuales "solamente an de enttrar hijas de cofrades lejítimas o naturales nazidas de lejíttimo matrimonio e no niettas ni hermanas"; la viuda conservaría la antigüedad de su marido para nombrar hija monja, con la condición de no ser preferidas a las de los cofrades vivos. Para mayor claridad, se abriría un libro donde éstos serían asentados por rigurosa antigüedad. Apenas fallecida una religiosa hija de cofrade, se publicaría la noticia en misa y se requeriría al más antiguo para que designase una hija suya, mayor de doce años, que dispondría de un plazo de un año para ingresar. Al mismo tiempo, dada la escasa renta de que gozaba el convento, solicitaron del Papa y del Rey que aprobaran la reducción del número de religiosas a treinta, las cuales, en el momento de su ingreso, deberían aportar bienes raíces suficientes para su sostenimiento. Firmaron las religiosas siguientes: la abadesa doña Ana de Guzmán, doña Isabel de Herrera, doña Ana de Rojas, Teresa de Sanabria, Francisca de Figueroa, Teresa de Trejo, María Flores, Teresa de Quirós, doña Inés de la Fontana, Isabel de Trejo, Fabiana de Cabrera. Por parte de los cofrades: Rodrigo Flores de Horna, Diego Rodríguez Flores, Juan López de Horna, Sebastián López de Cabrera, Hernando de Aponte, el mayordomo Juan Roco, Francisco de Grados, García Sánchez, el licenciado Medellín, Sebastián de Neyra, Rodrigo de Quirós, Juan Serrano y el escribano Francisco Caballero.

No obstante, el asunto no quedó definitivamente zanjado. El 11 de noviembre de 1536, reunidos en Santa María de Almocóvar, los cofrades del Hospital del Sancti Spiritus, bajo la presidencia del mayordomo Alonso Remellado, con asistencia del diputado Alonso de Campofrío y de los cofrades Lope de Villalobos, Sebastián López de Cabrera, Juan López de Horna, Gabriel Barrantes, Gonzalo Holgado, Juan Serrano, Hernando Bootello, Francisco de Santiago, el licenciado Sierra, Francisco García, Francisco Pacheco, Alonso Remellado, Antonio de Sanabria, Francisco Caballero y Fabián de Cabrera, ante el arriba mencionado, dieron poder general para pleitos, incluidos los pendientes con las religiosas, a Alonso Remellado, al mayordomo Gonzalo de Sanabria, a García Sánchez, Martín Pacheco, Alonso de Campofrío y Martín de Acosta diputados.

Usando de dicho poder, Gonzalo de Sanabria, compareció ante don Gómez de Jerez, deán la Santa Iglesia Catedral de Plasencia, y don Francisco de Carvajal y Sande, arcediano de Plasencia y Béjar, gran mecenas cacereño, como jueces apostólicos delegados en virtud de una comisión y letras apostólicas dadas en Toledo por el Nuncio don Juan Poggio, para entender de la  concordia, que obligaría perpetuamente a las partes. El 5 de octubre de 1537, estando en Monzón, la aprobaría el Emperador.

Mientras tanto, había aflorado una nueva desavenencia, suscitada, en este caso, por los cofrades que aún no habían podido ingresar a ninguna hija en Sancti Spíritus. El 25 de octubre de 1538, estando en Toledo, considerando la solicitud presentada por las religiosas doña Isabel de Herrera, María Flores, Isabel de Cabrera, Teresa de Sanabria, Isabel Juárez, Francisca de Figueroa, María de Sanabria, María de Estrada, Isabel de Cabrera, Felipa de Oviedo, Ana de Godoy, Teresa de Trejo, Teresa Gutiérrez y los cofrades encabezados por el mayordomo Gabriel Barrantes, Carlos I ratificaría también este nuevo convenio referente al ingreso de las seis hijas de los cofrades más antiguos que aún no hubieran gozado de esta prerrogativa.

El 14 de mayo de 1540, don Gómez de Jerez y don Francisco de Carvajal y Sande, dignidades de la Santa Iglesia Catedral de Plasencia, jueces apostólicos delegados por el Nuncio, sancionaron las diferentes concordias que contaban asimismo con sus respectivas cédulas reales aprobatorias.

Las Abadesas:

Transcurrido casi un decenio al frente del convento, estimando, sin duda, que la difícil tarea de la fundación estaba ya cumplida y que la vida conventual seguiría su curso, las monjas fundadoras solicitaron licencia real para retornar a las Huelgas de Valladolid, de donde habían partido a finales del verano de 1520.

Carlos V se la concedió el 10 de julio de 1529. Pero antes de partir, la abadesa debía ser auditada. Para este fin, comisionó al administrador y subprior del sacro convento de San Benito para que tomara cuenta y razón a doña Ana de Guzmán de las alfombras, paños, camas y otros enseres que había recibido para la casa de Sancti Spíritus y se los entregara a doña Aldonza de Miño, la nueva abadesa nombrada. Simultáneamente, se produjeron también el relevo de la primera portera, doña Isabel de Herrera, por Úrsula de la Cruz.

El Gobernador del Partido de Alcántara, por orden real, apenas llegadas las dos nuevas religiosas, debía acompañarlas al monasterio de Sancti Spíritus para que la comunidad las recibiera y acogiera. El mandato de doña Aldonza de Miño fue breve, pues, muy pronto le sobrevino la muerte.

Estando aún pendiente el nombramiento de la nueva abadesa, los cofrades, de conformidad con las religiosas, suplicaron al Rey "mande proveer de una abbadesa que no sea natural de la dicha villa por el escándalo que siendo natural en la dicha casa podría aver entre las monjas della, sino que sea persona de la orden, ançiana y sabia en ella, persona de buena vida y enxenplo. E sy por ventura no se podiere aver de tales calidades en la orden, sea de otra orden, la más allegada a la dicha orden de Císter, la qual dicha confradía, si fuere neçesario, traerá a su costa donde qujera que vuestra Magestad mandare que vaya".

Dichos recelos se fundamentaban no sólo en las ambiciones personales latentes entre las claustrales, que se revelarían unos años después con ocasión del nombramiento de doña Isabel de Herrera como abadesa, sino también en las rivalidades nobiliarias existentes en Alcántara, como referirían en la solicitud dirigida al Rey, a quien rogaban "no sea natural de la dicha villa por las pasiones que ay enlla de que podría caber parte al dicho monesterio".

En el marco de este ambiente convulso, hay que situar las constantes presiones ejercidas por el administrador del convento para que recibiesen a Juana de Quirós, hermana del protonotario Pedro de Quirós: "Otrosí dizen que, conforme a los stableçimientos de la Orden y fundaçión de la Casa, ellas an de ser visytadas por los visytadores generales de la orden y no por otra persona, suplicavan a vuestra Magestad, conforme a esto, lo que en la dicha casa se oviere de proveer sea por mano dellos y no por otra, porque de no hazerse ansy, el admjnistrador del Convento, por la amistad estrecha suya y del prothonotario Quiró, hizo rrelaçión que sería bien que Juana de Qujros, hermana del dicho prothonotario, entrase a ser monja y admjnistradora del dicho monesterio, lo qual él no hiziere si fuera ançiano en la orden y tuviera notiçia de las cosas della".

En este mismo año de 1529, se proveyó el traslado de ciertas monjas, cuyos nombres no figuran, desde Alcántara al imperial monasterio cisterciense de San Clemente de Toledo. Como hubiesen transcurrido varios meses sin haber tenido efecto, el 9 de junio de 1530, la Reina mandó al Gobernador de Alcántara que se cumpliese. La parquedad del mandamiento, nos impide saber si, como temían las monjas, las "pasiones" locales se habían extendido también al convento, poblado, como es sabido, por doncellas de los distintos linajes locales.

El hecho es que , para solucionar los conflictos surgidos durante la vacante y devolver la vida conventual a la normalidad, doña Ana de Guzmán, que llevaba pocos meses en Valladolid, fue de nuevo requerida por la Reina para regresar de abadesa a Alcántara. Sin dudas, por reticencias de doña Ana en aceptar el nombramiento, el 4 de septiembre de 1530, la Reina se dirigía a la abadesa de las Huelgas en estos términos: "Devota abadesa del monesterio de las Huelgas de Valladolid. Ya savéis que Yo ove escryto a doña Ana de Guzmán, rreligiosa dese monesterio, bolviese a ser avadesa del monesterio de Sant Spíritus de la villa de Alcántara. Y porque a serviçio de Dios y mío conviene que esto se cunpla, por ende, Yo vos rruego y encargo trabajéys con la dicha doña Ana que açebte el dicho cargo y se apareje para yr esta jornada lo más vrevemente que se pudiere".

Asimismo solicitaba al venerable padre reformador de la Orden de San Bernardo diese licencia a doña Ana "porque Yo soy ynformada de lo mucho que aprovecha a las rreligiosas dél, por mi deseo y boluntad es que aquello se continúe, por estar aquella casa en la Orden de Alcántara"; al tiempo que instaba a doña Ana a que aceptase el oficio y se aprestase a partir lo antes posible "que Yo mandaré a los del Consejo de las Hórdenes os provean de lo nesçesario para vuestro camjno e yda al dicho monesterio".

Doña Ana, como no podría ser de otro modo, fue obediente. El 27 de septiembre de 1530, considerando su "avilidad e sufiçiençia, méritos e buenas costunbres e sana e rreta conçiençia y esperençia", se le expidió cédula real de nombramiento. La propia Reina le agradeció personalmente la aceptación del cargo y nombró al Comendador Quesada para que la acompañara y la abasteciera de lo necesario para el camino. Nada más llegar, doña Ana tuvo que enfrentarse a un suceso escabroso.

Algunos religiosos del hábito de Alcántara, sin temor de Dios ni de la justicia real, habían entrado en Sancti Spíritus, "así de día como de noche, procurando de soliçitar e persuadir a las rreligiosas dél de las atraer a su mal propósyto", "en muy grande ofensa de Dios, Nuestro Señor". Para remediarlo, la Reina, el 4 de noviembre de 1530, mandó al Prior de Alcántara que iniciase una información secreta de los hechos y averiguara "quáles personas del ábito de la dicha Orden cometieron lo susodicho e con qué rreligiosas del dicho monesterio e quién dio para ello consejo, favor o ayuda", autorizándole a entrar en clausura para tomar declaración a la abadesa y monjas, o a quien fuera necesario; para, una vez concluida, remitirla firmada y cerrada al Consejo de la Órdenes.

El 5 de septiembre de 1537, la Reina, atendiendo a las razones alegadas por doña Ana de Guzmán, especialmente a la de su ancianidad, le dio licencia para regresar a las Huelgas de Valladolid junto con dos de las religiosas que la habían acompañado para la fundación. Con su retorno, esta vez definitivo, concluía un mandato de tres lustros, en el que le cupo no sólo fundar el monasterio sino también consolidar la vida conventual.

Tras su partida, el oficio de abadesa quedó varios meses vacante. El 5 de abril de 1538, la Reina, estimando conveniente que "en el dicho monesterio aya rrecogimiento e onestidad e pecoña" y habiendo tenido noticias de que en el monasterio de la Encarnación de la cercana villa de Garrovillas "ay personas de mucha rreligión e buen enxenplo", se dirigió a fray Antonio de Tablada, Provincial y Visitador general de los monasterios femeninos de la Tercera Orden de San Francisco, bajo cuya jurisdicción estaba el de Garrovillas, para que diera licencia a Ana Suárez de Moscoso con el fin de "que vaya al dicho monesterio de Santispíritus de la dicha villa de Alcántara para que tenga la admjnjstraçión dél hasta tanto que, como dicho es, su Magestad mande prover de abadesa".

Parece que el Provincial de la Tercera Orden no consintió, pues el 8 de junio de 1538, la reina, "confiando de la vida, virtud y buen exemplo y rrecogimiento", designó como administradora, en tanto se nombraba la nueva abadesa, a Isabel de Cabrera, religiosa en Sancti Spíritus. Por la misma, ordenaba a las monjas que la obedecieran, acataran y cumplieran sus mandamientos como en tiempos de doña Ana de Guzmán. A su vez, a la administradora le encomendaba que "ternéis gran vigilançia y el cuidado que de vos confío que las monjas y frailas del dicho monesterio tengan aquella onestidad, clausura y rrecogimiento que su ábito e rreligión les obliga", sin duda, a fin de evitar que se repodujese el deplorable suceso de las solicitaciones ocurridas años atrás.

Muy pocos días después, concretamente el 22, se expediría real cédula de nombramiento de abadesa en la religiosa doña Isabel de Herrera, monja profesa y residente en el convento alcantarino. Sin duda, en la elección pesarían grandemente su condición de fundadora y el conocimiento de la administración del convento adquirido durante sus largos años de priora durante el mandato de su hermana, la primera abadesa, a la cual había acompañado y asistido.

Dicho día, por acuerdo del Consejo de las Órdenes, se prohibió a los visitadores y abadesas que volvieran a dar licencia a las monjas para salir del convento por enfermedad o para visitar a sus familiares, disponiendo que si alguna se hallare fuera, retornase inmediatamente. Dichos permisos de salidas representaron el principal escollo que tuvo que vencer el obispo de Coria don Pedro de García de Galarza para imponer la estricta clausura tridentina a los conventos femeninos de su jurisdicción.

El domingo 30 de junio de dicho año de 1538, ante Martín de Oviedo, escribano real y de la visitación de la Orden de Alcántara, el cofrade Martín de Acosta notificó a doña Isabel de Herrera el nombramiento real. Ésta, cumpliendo con las formalidades de rigor, es decir, tomando en sus manos la Real Provisión, besándola y colocándola sobre su cabeza, la acató; y, en virtud de la misma, mandó a las monjas congregarse en capítulo. A él, en presencia de los visitadores frey don Alonso del Águila, comendador de Eljas, y frey don Marcelo de Nebrija, comendador de la Puebla, asistieron Teresa de Sanabria, Francisca de Figueroa, María Flores, Isabel de Cabrera, Catalina de Quirós, Isabel de Horna, Isabel de Trejo, Felipa de Oviedo, María de Estrada, Teresa Gutiérrez, Ana de Godoy, María de San Juan, Ana de Carvajal y las freilas Catalina Gutiérrez y Catalina Ruiz. Todas, siguiendo el ritual arriba señalado, acataron el nombramiento, a excepción de Teresa de Sanabria, Catalina de Quirós, Isabel de Horna, Isabel de Trejo y Teresa de Trejo, las cuales se negaron a recibirla por abadesa.

Las religiosas, previa protestación de las cinco disconformes, cantando el te deum laudamus, condujeron a la nueva abadesa al coro. Una vez concluido el salmo, la sentaron en la silla abacial y, una detrás de otra, en señal de obediencia se fueron hincando de rodillas y besándole el anillo.

El 6 de febrero de 1550, la Reina, estando vacante el cargo de abadesa por fallecimiento de doña Isabel de Herrera, y conviniendo, "por la quietud y sosiego de las rreligiosas de aquella cassa", "proveer en ello con brevedad y que la abadesa se enbíe de fuera", solicitó al padre Reformador de la Orden de San Bernardo que designase una de las monjas de los conventos de su disciplina que tuviese las cualidades requeridas. De esta manera, se trataba de evitar la oposición que tuvo la designación de doña Isabel de Herrera entre sus propias hermanas conventuales.

El 30 de marzo de dicho año, se despachó Real Cédula de nombramiento a favor de doña Ana de Nava, abadesa que había sido del monasterio bernardo de Nuestra Señora de la Buenafuente, ubicado en el Señorío de Molina. A su muerte, sobrevenida en el transcurso del segundo semestre de 1557, se producirá un cambio sustancial en el nombramiento de abadesas: éstas ya no serían designadas por el Consejo de las Órdenes, sino que, en virtud de la Real Provisión dada en Valladolid el 2 de noviembre de dicho año, serían elegidas en votación secreta para un periodo trienal entre las capitulares de Sancti Spíritus. Así se recogería en el Capítulo de la Orden celebrado en Toledo en 1560 y en las Definiciones de la Orden. Con esta medida, concluía la tutela de las abadesas venidas de otros conventos cistercienses. Para el buen desarrollo de esta primera elección, el Rey, confiando en la prudencia y discreción del comendador frey don Claudio Manrique, Visitador General de la Orden, y de frey don Alonso Molano, prior de San Benito de Alcántara, los comisionó para que, en su presencia, una vez hubieran notificado a las monjas el contenido de la cédula real, éstas se juntasen "en vuestro capítulo y ayuntamiento y hagáis eleçión de abadesa dese monesterio por tiempo de tres años, en la persona que os paresçiere ser más ábil y sufiçiente, y en quien concurran las calidades neçesarias para la dicha dignidad, por manera que la eleçión se haga con toda quietud y libertad y confiança de Dios y orden sin que en ello aya parçialidades, pasiones ni otra cosa ylíçita en manera alguna". Tras su conclusión, los comisarios debían remitir los autos al Consejo para que éste otorgase su visto bueno.

La elección tardaría tiempo en haber lugar. El 2 de marzo de 1558, el Rey designó nuevos comisarios: a frey don Antonio de Carvajal, comendador de la Magdalena y Gobernador de Alcántara, y al maestro frey don Luis de Murcia, prior de San Benito, a los que confirió las mismas obligaciones que a los anteriores. Ambos cumplieron con su cometido. Resultó elegida Isabel de Cabrera, administradora temporal que había sido en 1538. Tras la celebración del capítulo y antes del nombramiento de la nueva abadesa, por edicto real, notificado a las religiosas reunidas en cabildo y fijada en una de las puertas del monasterio, se abrió un plazo de alegaciones por "si alguna persona o personas pretendiesen derechos contra la dicha eleçión o tubiesen alguna causa y rrazón que dezir y alegar contra ella o contra la persona de la dicha Ysabel de Cabrera". Hasta el 3 de julio de 1558, el rey don Felipe no le otorgaría el título y confirmación de abadesa.

El Capítulo Definitorio de 1560 mandó abrir información secreta acerca de un sermón pronunciado por el clérigo Antonio de Acosta en el monasterio: "En Toledo, a veinte e çinco de otubre de el dicho año de myll e quininientos e sesenta, provisión con las dichas firmas al arçipreste de Alcántara, que aya informaçión por su persona, escriviéndola de su mano, sobre que Antonio de Acosta, clérigo, diz que hizo un sermón en el monesterio de Santispíritus en que dixo çiertas cosas yndeçentes e no onestas, y la embíe çerrada y sellada al Difinitorio".

En 1561, la sucedería María de Estrada. El 14 de marzo de 1565, Catalina de Quirós; el 17 de agosto de 1570, nuevamente María de Estrada; el 10 de junio de 1574, Isabel Juárez de Horna; en 1586, era abadesa doña Juana de Godoy; el 7 de enero de 1588, fue nombrada Isabel de Argüello; el 10 de julio de 1591, Florinda de Sotomayor; el 12 de agosto de 1595, doña Ana de Carvajal. La última de este siglo y la primera de la décimo séptima centuria sería doña María de Oviedo Perero.

Abadesas de Sancti Spíritus durante el siglo XVI

Las religiosas y el conventual:

El convento dependía directamente de la Orden de Alcántara. El prior de San Benito les daba el hábito y profesión, y les señalaba, por confesor, a uno de los religiosos de buena fama y ejemplo. Cuando se reunía la comunidad, en el coro, capítulo, refectorio o en la labor, obligatoriamente debían leer los mandamientos de los visitadores de la Orden.

Conforme a las Definiciones, a excepción de las nombradas por los cofrades, las religiosas, tras haber conferenciado la abadesa con las ancianas acerca de su recibimiento, debían aportar una dote consistente en cama, ropa y 180.000 maravedís, que en dinero o en renta debían rendir anualmente 15.000, de los que, conforme al Capítulo de Madrid de 1560, se asignaban10.000 como congrua anual por religiosa, que se guardaban en Sancti Spíritus en un arca con tres llaves, que custodiaban la abadesa, la priora y la cilleriza; de donde se servían para el mantenimiento y gastos del monasterio. Los otros 5.000, se depositarían en San Benito, en otra arca de tres llaves, a cargo del prior, el sacristán mayor y de la abadesa. Cada cinco años, los claveros, junto con el gobernador, debían comprar con el dinero reservado renta segura, de la que un tercio se destinaría al mantenimiento del edificio conventual, mientras que las otras dos terceras partes volvían al arca.

Al año siguiente del fallecimiento de una religiosa, los 15.000 maravedís de su congrua se ingresaban directamente en el arca de San Benito. A pesar de que la Bula Fundacional fijaba en treinta las religiosas, el Capítulo de Madrid de 1534-1535, a causa de la pobreza del monasterio, las redujo a veinte, mandando amortizar las plazas de las que falleciesen hasta alcanzar dicho número: "Otrosí. Platicándose en el dicho Capítulo cómo el dicho convento del monesterio de las monjas era pobre y las monjas muchas, fue determinado y mandado que de aquí adelante no fuese resçibida en el dicho monesterio monja ninguna de nuevo y que se vayan consumiendo las que al presente ay de más, hasta que queden en número de veinte monjas, que paresçió al dicho Capítulo, que se podrían mantener con la renta de la dicha casa y con la limosna que su Magestad les hazía. Y que en aquel número permanezcan hasta que por su Magestad e la Orden otra cosa fuese proveyda".

El Capìtulo de 1560, suprimiría esta restricción, de modo "que se reciban tantas quantas paresciere que puedan vivir sana y cómodamente en el dicho monesterio, conforme a la capacidad de la casa", todo ello sin perjuicio de las ocho nombradas por los cofrades. Sin embargo, el Capítulo de Madrid de 1574 rectificaría esta disposición: "parece que las monjas dél son muchas en número, y la renta que tienen no es tanta que baste para poderse sustentar, de cuya causa padecen necessidad: y por experiencia se ha visto que quando estauan en cierto número determinado viuían más abastadamente. Proueyó y mandó el Capítulo que las dichas monjas se reduzgan a número de veynte y dos y no más; para que cessen los dichos inconuenientes. Y mandamos que como este auto les fuere notificado, no entre, ni pueda entrar, ni se pueda recebir monja en el dicho monasterio. Y las que son más al presente del dicho número se vayan consumiendo, hasta que se reduzgan en el dicho número de veynte y dos monjas, y no más. Y entonces quando una muriere se pueda recebir otra en su lugar, y no de otra manera. Sin embargo de la diffinición antigua, en que se proveyó que no huuiesse en el dicho monasterio número limitado de monjas".

Una vez trasladadas al nuevo convento, en la fortaleza, ganarían provisiones reales para aumentar su número a treinta y cuatro. Así se relata en la licencia concedida en 1589 a doña Catalina Barrantes para suplir una vacante, con cuya profesión "se podrán serbir mexor los offiçios divinos e los particulares de la cassa, abiendo, como ay falta, por aver muchas monxas muy biexas e otras enfermas e ser esta cassa a que se an mudado grande e tener necesidad de estar más poblada de lo que está; e que el número de monxas que el Rey, nuestro señor, últimamente abía provejdo al dicho monesterio por sus probisiones e licencias abía llegado a trejnta y quatro, de las quales an muerto quatro, que son doña María Flores e doña María Descobar e doña Bernarda de Santistevan y doña María de Campofrío, monjas profesas. Y en lugar de las dos, a su Magestad dado facultad de entrar a doña Ynés Rol y a doña María de Paredes. Y doña Ynés Rol a rrecivido el ábito de dos meses a esta parte; y la otra podrá rrecibir quando quisiere. Y en lugar de una de las dos, que es doña María de Campofrío difunta, siendo su Magestad serbido, podrá entrar la dicha doña Catalina Barrantes "

Las dieciocho primeras doncellas en ser recibidas fueron, según lo estipulado en la fundación, hijas o hermanas de cofrades de la nobiliaria hermandad de Sancti Spíritus y, por ende, pertenecientes a las familias de los caballeros e hidalgos alcantarinos.

A lo largo de toda la historia de este convento, los apellidos de las religiosas denotan su fuerte vinculación familiar a la Orden. Como ejemplo cabe citar que el 18 de mayo de 1552, recibieron licencia real para profesar doña Catalina Núñez del Barco, hija de Francisco del Barco y de doña Teresa Palomeque; Isabel de Villasayas, hija de Jerónimo de Villasayas y de Beatriz de Jaén; Isabel Flores Gutiérrez, hija de Juan Gutiérrez y de Elena de Burgos, todos nobles y vecinos de Alcántara.

Estas condiciones favorecerían, como por otra parte era habitual en los conventos femeninos españoles, la gran vinculación familiar existente entre las religiosas, hecho que habitualmente se argumentaban para solicitar la profesión. Así se explicita en la licencia real, notificada el 14 de agosto de 1589 por el escribano Rodrigo de Osorio a la abadesa, y que le había sido concedida a la aludida doña Catalina Barrantes, hija del capitán Alonso Barrantes Maldonado y de doña Isabel de Bolaños: "por ser doncella de mucha calidad e buen exenplo y en quien concurren las otras calidades neçessarias e ser parienta de la mayor parte de las rrelixiosas prinçipales de la cassa".

El claustro servía de refugio honrado para muchas doncellas cuyos familiares no disponían de hacienda suficiente para casarlas, por ser mayor la dote exigida para el matrimonio. El único caso que conocemos de defección de la vida religiosa es el de Francisca Jiménez63, la cual junto con su marido Gonzalo del Barco, en 1528, reclamaron desde Aldeanueva de Trujillo, donde estaban avecindados, los maravedís y alhajas que aportó cuando entró para religiosa.

El Capítulo de Madrid de 1535, distinguía entre religiosas de velo, posteriormente llamadas comendadoras, a las que cabía el honor de llevar sobre sus hábitos la cruz verde de Alcántara, y freilas (legas), que no gozaban de tal privilegio. Tanto unas como otras debían hacer probanza de limpieza de sangre.

Además, el comisionado por el prior llevaba a cabo una información secreta, con declaraciones de testigos, sobre su linaje, buenas costumbres y estado de salud que le impidiera la vida comunitaria. En este mismo Capítulo, se prohibiría la salida del convento sin expresa licencia del Maestre. A la clausura, sólo podrían acceder el médico, el cirujano o barbero, el confesor, el maestro de obras y los peones para hacer las reformas necesarias; estando expresamente prohibida la entrada al prior y demás dignidades de la Orden, a los religiosos y seglares y a las mujeres, aunque fuesen deudas de las monjas. Con ello se trataba de evitar, como haría Santa Teresa con las carmelitas, el trato excesivo de las religiosas con los seglares. No obstante, en 1570, el mismo año que se les ordenó guardar la rigurosa clausura tridentina, el Consejo permitió que pudieran dejar pasar, desde la portería a la primera pieza, a las madres, hermanas y deudas de las religiosas.

Además, se intentó restringir el número de criadas que servían al convento y a las monjas. El Capítulo de Madrid de 1560, impediría pernoctar dentro del monasterio a las sirvientes que no contaran con licencia del Maestre. Aunque por Real Provisión de 15 de noviembre de 1565, se prohibiera la presencia de seglares dentro de la clausura y se ordenara el despido de las que hubiese67, sin embargo, el 7 de noviembre de 1583, la abadesa alcanzaría licencia real para acoger dentro del convento a una sobrina. Por otra Real Provisión, el 9 de septiembre de 1595 se reguló el recibimiento de seglares y criadas en el convento.

No obstante, las monjas no fueron muy rigurosas en observar estos mandatos. En 1619, el visitador don Francisco de Córdoba y Mendoza, comendador de las Casas, reprobó las salidas a casas de sus padres de las seglares y el hecho de que algunas de ellas fueran casadas.

La fundación del sacro convento de San Pedro de Brozas Felipe II, asesorado por el Capítulo Definitorio de la Orden celebrado en Toledo el 10 de mayo de 1570, dio licencia al sacristán mayor frey don Pedro Gutiérrez Flores, capellán real, para la fundación de obras pías en Brozas y en otros lugares, el cual, en su testamento, de 6 de octubre de 1578, dispuso la fundación en su villa natal de un convento dedicado a San Pedro y bajo las reglas de San Bernardo, que sería el primero de monjas de su villa natal, en el que pudiesen profesar hasta veintidós religiosas, y tres freilas para su servicio, con el deseo de " inclinar al estado religioso las donzellas nobles de que era crecido el número de las familias".

Don Pedro Gutiérrez Flórez y don Alonso Gutiérrez Flórez, del hábito de Alcántara y Colegial del Imperial de la Orden en Salamanca, sobrinos, herederos y testamentarios de frey don Pedro llevaron a efecto la edificación del nuevo convento y la dotación de todo lo preciso para el culto divino en virtud de la Real Provisión de fecha 16 de junio de 1579 por la que se concedía a los disponedores licencia para la fundación.

El 1 de abril de 1594, cumpliendo la comisión real, el prior frey don Pedro Antonio Barrantes sacó de Sancti Spíritus a las cuatro monjas fundadoras del convento de San Pedro, a saber, a doña Isabel Gutiérrez Flores, como abadesa; a doña Catalina de Ceballos, por priora; a doña Catalina de Aldana y Barco, como portera; y a doña María de Paredes y Ulloa, por cantora y sacristana.

Las primeras profesas fueron doña Francisca de Ovando, doña Isabel de Tapia, doña Elena Gutiérrez Flores, doña María Gutiérrez Flores, doña Isabel Gutiérrez, doña Isabel de Figueroa, doña Teresa de Figueroa, doña María Bravo, doña Inés Ramírez y doña Mayor de Herrera.

El 1 de enero de 1605, habiendo fallecido tres de las fundadoras y a causa de contar con pocas monjas, se trasladaron desde Sancti Spíritus doña María de Oviedo, como abadesa; doña Ana de Aldana, por priora; doña Teresa del Barco, de portera; las cuales regresarían a Alcántara el 16 de octubre de 1611.

De conformidad con la disposición del Sacristán Mayor, las religiosas quedaron sujetas en lo espiritual y terrenal a la Orden de Alcántara. Su hábito era igual al de las religiosas de Sancti Spíritus de Alcántara, a las que seguían en los diferentes aspectos de la vida conventual.

Todas debían ser hidalgas y presentar probanza de limpieza de sangre para su recibimiento. Las de menor calidad entraban como donadas o sirvientes, denominadas freilas, que, como las comendadoras, estaban obligadas a guardar estricta clausura. Los visitadores de la Orden no podían entrar en clausura. Si por alguna causa tuvieran que ver alguna dependencia, la abadesa retiraba a lugar seguro a las demás monjas, y dos freilas acompañaban a los visitantes. Cuando, por grave enfermedad de una religiosa, el médico tenía que entrar en clausura, las demás religiosas debían retirarse de tal manera que no pudieran ser vistas. A la enferma la acompañarían, tapadas con sus velos, al menos dos de las religiosas más ancianas y honestas mientras durase el reconocimiento. El locutorio quedaba protegido por dos rejas de hierro. Sólo por causas muy justas y por corto espacio, las religiosas podían hablar con otras personas, pero siempre en presencia de dos ancianas.

Vivían en común, dormían en dormitorio común. Y no podían gastar más de la pensión diaria que tenían asignada por el Consejo de las Órdenes. Perpetuamente habría cuatro monjas recibidas sin dote, denominadas "hijas de la casa", las cuales sólo debían aportar sus hábitos y camas. Competía al patrono elegirlas entre las descendientes y parientes de los padres del fundador. Para el monasterio frey don Pedro cedió las casas que habían sido de Antonio de Nebrija, que hubo comprado al Concejo de Brozas, en las que se había comenzado a edificar el non nato convento de la Madre de Dios.

LAS RENTAS MONÁSTICAS

Conforme a la licencia real para la fundación, la cofradía y hospital de Sancti Spíritus, el 17 de septiembre de 1519, ante el notario apostólico Jorge de Quirós, dotó al futuro monasterio con las siguientes rentas de hierbas: 27.500 maravedís en la dehesa Redonda denominada la Nora Encalada, 2.559 de la veintena parte sobre la dehesa Orinosa de Abajo y 131 en la dehesa de Galavís. Y además 4.000, en la dehesa de Aldonza, para el capellán, quien semanalmente quedaba obligado a oficiar tres misas en el convento. El 6 de abril de 1522, la abadesa fundadora doña Ana de Guzmán tomó posesión civil de las mismas.

Poco a poco, se le irían agregando las que aportaban las religiosas en concepto de dote, cuyo cobro servía gran remedio para las necesidades del convento. Así se explicita en la licencia real concedida en 1589 a doña Catalina Barrantes: "porque con su docte (180.000 maravedís) rremediarán parte de sus necesidades, que son muchas, por estar muy enpeñado".

La primera dote de la que tenemos constancia documental se remonta al 22 de enero de 1521, en los inicios del monasterio. Se trata de la de Elvira Pacheco, hija del difunto Rodrigo de Sanabria, cuyo curador, Sebastián López, había concertado con la abadesa doña Ana de Guzmán la entrega de la parte de hierbas que la menor tenía en la dehesa del Carrascal de Sanabria, que ascendía a 1.180 marevedís anuales.

A veces, la satisfacción de su importe acarreaba grandes problemas a las familias. Así, el 22 de septiembre de 1532, Beatriz de Perero, viuda de Pedro Gutiérrez, hijo Pedro Gutiérrez el Viejo y de Teresa Braceros, para el ingreso de dos de sus hijas, señaló 4.000 maravedís de renta de hierbas en las dehesas de la Bravera y Campo del Sordo, cuando sólo les pertenecía a cada una 1.500. Por ello, el 19 de junio de 1533, sus citados abuelos le hicieron gracia, sin agravio para sus hermanos, de la demasía que entregarían el día de la profesión.
Otro caso significativo es el de Catalina Gómez de Santiago. Sus padres, Francisco de Santiago y María González Barrantes, empezaron en 1552, con la compra a Lorenzo Blázquez y a su mujer María Rodríguez de Villalobos, de 1.000 maravedís de renta de hierba en la dehesa de la Mostaza, a acopiar bienes con vistas al ingreso de su hija en el monasterio82. Aunque el 14 de junio de 1555 otorgaran carta de obligación del pago de la dote, sin embargo, hasta el 29 de mayo de 1559, no se produjo la primera cesión con la entrega de 2.014 maravedís de renta de hierba en la dehesa de la Mostaza de la Peona, 49.000 de principal de censos contra Francisco Pallés y 10.500 contra Pedro Ceballos; comprometiéndose al pago de lo que restaba de los 480 ducados en que entonces estaba establecida la dote, el día de la toma de hábito y el de la profesión84. Desde la primera escritura habían transcurrido siete años y aún no habían logrado acumular el importe requerido.

Similares dificultades se le planteaban al convento cuando, por fallecimiento de una religiosa dentro del año de la profesión, debía restituir la dote a sus padres. En 1541, para devolver al brocense Juan Bravo la de su hija, las monjas ganaron real provisión para tomar prestados mil reales de los mil ducados que había recibido para las obras del monasterio.

Como en el convento no existiera libro de las dotes de las religiosas, ni tampoco de profesiones y muertes de las religiosas, el visitador don Francisco de Córdoba mandó en 1619 que se abrieran dichos registros. Las religiosas, pues, al ingresar debían aportar en bienes raíces renta suficiente para su sostenimiento; pero ni en las definiciones de la Orden ni en la fundación del convento constaba la ración diaria que habían de recibir. En la visita de 1618 se recoge que estaba fijada diariamente en 28 maravedís y 5 cuarterones de pan para las monjas y el doble, para la prelada. Ración que no bastaba para el sustento de las monjas, que debían de pasar hambre, por lo que se veían obligadas a repartirse todo el dinero que sobraba de las mandas y a consentir que los familiares alimentasen directamente a las novicias en vez de que pagasen los gastos del año de noviciado.

La penuria las indujo, en ocasiones, a recurrir a empréstitos para atender a la provisión de las raciones diarias. En 1550, por Real Provisión, se mandó al convento de San Benito que, del depósito de Gómez de Santillán, se prestasen 50.000 maravedís a Sancti Spíritus para la compra de pan para sustento de las monjas. Como las rentas conventuales resultaban siempre escasas, necesitaban complementarlas con limosnas. Por merced real, como la mayoría de los monasterios españoles, el de Sancti Spíritus recibía cien fanegas de trigo anuales para su alimento. El 6 de julio de 1555, la princesa doña Juana ordenó a los tesoreros de la Mesa Maestral de la Orden de Alcántara Pedro de Melgosa, Antonio de Río y Gregorio de Mena que librasen a la abadesa 27.200 reales, en una sola vez, en recompensa de las cien fanegas de trigo, puesto que por las condiciones del arrendamiento no podían librar más grano que el que figuraba en un pliego de condiciones firmado por el contador.

Asimismo, el convento recibía parte de las condenaciones impuestas dentro de los términos de la Orden. A veces se reservaba cierta cantidad para ayuda a las religiosas. Por ejemplo, de los 20 ducados que de la condena a frey Jerónimo de la Lama caballero de Alcántara, se habían aplicado al convento, el 6 de mayo de 1557, se mandó al secretario Juan de Paredes que entregase a la abadesa doña Ana de Nava, para ayuda del coste de su traslado a Valladolid para curarse, los ocho que faltaban por pagar para con ellos reunir otros veinte.
Igualmente el 21 de febrero de 1560, don Felipe ordenaba a Francisco Gutiérrez de Cuéllar, caballero y procurador general de la Orden de Santiago, que de los 500 ducados cobrados de la condena a don Pedro Luis Galcerán de Borja, maestre de la Orden de Montesa, entregase a la abadesa de Sancti Spíritus 300 reales para ayuda de la costa que se hizo de llevar a María de la Cruz desde dicho monasterio, donde estaba, al de Santa María de las Dueñas de Buenafuente en la villa de Molina, de donde había venido acompañando a la difunta abadesa doña Ana de Nava.

En ocasiones, se recibían otras mercedes reales. El 12 de septiembre de 1565, el Consejo ordenó que los sobrantes de lo repartido a los comendadores de los partidos de Alcántara y de la Serena para galeras, se distribuyesen en del abono de los gastos efectuados para dicho repartimiento y en limosnas a favor de Sancti Spíritus. El 4 de diciembre de 1570, recibirían 60 ducados procedentes de la conmutación de penitencias de caballeros de la Orden.

Mientras tanto, el convento seguía el proceso de adquisición de rentas: el 8 de abril de 1573, Juan Gutiérrez de Burgos traspasó, por el principal de 18.000 maravedís, 500 que tenía de renta de censo anual sobre las personas y bienes de Pedro González de Coria y su mujer Leonor Álvarez; y 786 sobre frey Juan de Malpartida, cura de la Zarza.

En 1575, el convento gozaba de las siguientes rentas de hierbas expresadas en maravedís: En 1582, las rentas anuales del monasterio se elevaban a 255.165 maravedís: 150.530 en hierbas y 104.335 en censos. Pero los gastos, que se elevaban a 272.282, superaban a los ingresos. En 1600, el Capítulo convocado en Madrid, secundaría el deseo de las monjas de perpetuar las mercedes reales: "La abadesa y monjas del convento de Sanctispíritus desta Orden de Alcántara presentan en el Capítulo General della una petición en que suplican a Vuestra Magestad les haga merçed de mandarles perpetuar los çien mil maravedís de limosna que el Rey, nuestro señor, que aya gloria, y Vuestra Magestad han hecho merçed diez y seis años ha al dicho convento, prorrogándoles esta merçed unas vezes de dos en dos años y otras por más tiempo. Attento que pide con tanta neçesidad que, sin esta merçed, no podrían sustentarse, y assí mismo suplican a Vuestra Magestad les haga merçed de çien fanegas de trigo y ochenta de çevada, porque no tienen el pan que han menester para poderse sustentar, y al Capítulo, a quien consta ser verdadera la neçesidad que las dichas monjas representan; pareçe que, siendo Vuestra Magestad dello servido, será muy grande merçed y limosna hazérselo de mandar se les den perpetuamente los dichos çien mil maravedís y se paguen con esta calidad en la nómina ordinaria de las limosnas deste Maestrazgo y que la misma merçed será hazérselo en las çien fanegas de trigo y ochenta de çevada que piden attento que en las duçientas fanegas de trigo de que Vuestra Magestad les haze merçed y limosna siempre, no tienen el pan que han menester para sustentarse y que quando esto no aya lugar, sirviéndose Vuestra Magestad de hazerles la susodicha merçed de perpetuarles los dichos çien mil maravedís y de mandar questas çien fanegas de trigo y ochenta de çevada que agora piden se les den de la Mesa Maestral a un preçio moderado, que vale de ordinario el pan en Alcántara excesivos preçios, será hazerles mucha merçed, en lo qual el Capítulo la reçibirá muy grande de la real mano de Vuestra Magestad, cuya cathólica persona prospere Nuestro Señor por largos siglos, como la Cristiandad lo ha menester". El 16 de octubre de 1600, en San Lorenzo del Escorial, el Rey dispondría que se les librasen 100.000 maravedís anuales durante un decenio y que el trigo y cebada se les diese al precio más moderado posible.

Las rentas conventuales se acrecentarían considerablemente con la agregación de tres obras pías, las de los comendadores de Herrera, de Santibáñez y de Eljas.

La Fundación Pía del Comendador de Herrera

El 3 de junio de 1546, frey don Diego López de Toledo, Comendador de Herrera, obtuvo licencia para comprar rentas de hierbas a fin de fundar unas obras pías. Estando en Toledo, el 23 de septiembre de dicho año, otorgó poder al licenciado Francisco de Cáceres y a Antonio de Sanabria, vecinos de Alcántara, para que, en virtud de lo que tenía contratado con el sacro convento de San Benito, otorgaran escritura de dotación y fundación de capellanía. Por otra parte, designaba al convento de San Benito como patrono de la misa perpetua de réquiem que se debía celebrar todos los lunes del año, entre las nueve y las diez de la mañana con el fin de facilitar la asistencia a quienes acudían al mercado semanal; al igual que de la misa solemne, con vigilia la víspera, del día de Santiago que oficiarían el arcipreste y el cabildo de clérigos de Alcántara, las cuales se habían de decir en Santa María de Almocóvar o en el monasterio de Sancti Spíritus según señalase el fundador en su momento. Dotó a dichas capellanías con una renta de 17.498 maravedís.

El Sacro Convento, bajo las formalidades de rigor y contando con la preceptiva licencia real, aceptó la capellanía, y, por ende, recibió, en concepto de dotación, diferentes rentas de hierbas en varias dehesas. Sin embargo, el Comendador de Herrera, habiendo ganado otra facultad real, concertó con las monjas que éstas se encargasen de mandar decir tanto las misas de los lunes como la del día de Santiago, señalándoles, en satisfacción de la tarea los 1.748 maravedís que se había obligado a pagar al mayordomo los freiles. Además, por escritura otorgada en Madrid el 16 de enero de 1552 ante Agustín de Aguilar, fundó, en virtud de licencia real de 13 de junio de 1546, una obra pía para casar huérfanas, a la que dotó con los 22.235 maravedís y un cornado de renta de hierbas que le hubo donado, en la ciudad imperial, el 9 de abril de 1548, su hermano don Bernardino de Alcázar, canónigo y maestrescuela de Toledo. Nuevamente eligió por patrono al convento de San Benito, con la expresa obligación de dar 250 al de Sancti Spíritus.

Con el paso de tiempo, la limosna de 24 maravedís por cada misa, se quedaría tan menguada, que el presbítero Pedro de Cáceres, mayordomo del convento, solicitaría, el 8 de junio de 1618, al Visitador General la reducción de cargas, pues el monasterio había pagado muchos años a razón de 60 maravedís cada misa, cuando ya importaban dos reales, es decir 68 maravedís.  El 22 de dicho mes y año, el visitador frey don Francisco de Córdova y Mendoza las moderó a doce misas anuales, el segundo lunes de cada mes, y al aniversario del día de Santiago.

La Fundación Pía del Comendador de Santibáñez

Frey don Luis de Villasayas, comendador de Santibáñez, por una disposición de su testamento, mandó "que se dé al monasterio de monjas de Santti Spírittus de la villa de Alcánttara, que son de la Orden de mi Padre San Benito, dozienttos y cinquentta mill maravedís en cargo de que las dichas monjas sean obligadas en ttodos los sus capíttulos de rogar a Nuestro Señor por mi ánima; y el abadesa de los dichos capíttulos haga memoria a las monjas del dicho monasterio de esta memoria que yo les hago para que con más voluntad rueguen a Dios por mi ánima. Y en cada un año me digan un anibersario con misa y ofizio de finados y bísperas el día de mi enterramientto en cada un año, perpetuamentte, para siempre jamás, eszepto si fuere fiesta solenne, que en tal caso quiero que pase al día siguiente y así subzesivamente en cada un año para siempre jamás".

Durante el proceso de constitución de la obra pía, como el monasterio debía mucho dinero, los disponedores frey don Alonso de Ángulo, subprior de Alcántara, y frey don Diego López de Toledo, en virtud de Real Cédula del Príncipe dada en Madrid el 19 de enero de 1536, entregaron a las monjas ciertas cantidades a cuenta.

El 24 de octubre de 1548, ante el escribano Francisco de Solís, la comunidad otorgó escritura de pago de haber recibido del subprior Angulo los 250.000 maravedís de la dotación, de los cuales 142.620 al contado y el resto en los censos siguientes: Censatario Bien hipotecado Renta Fecha. Por otra cláusula de su testamento, Villasayas había destinado dos mil ducados para la erección en la villa de Santibáñez de un convento de franciscanos descalzos, bajo la advocación de San Benito. Fray Antonio Ortiz, Provincial de la Provincia de San Gabriel, no aceptó este legado al estimar que, por su proximidad a los existentes de los Ángeles y de Monte Coeli, se mantendrían todos con grandes dificultades, proponiendo, a cambio, que la renta se utilizase para el reparo del de Hoyos y del de los Manjarretes de Valencia de Alcántara.

Por su parte, las monjas de Sancti Spíritus, aduciendo que dicha manda aliviaría la penuria que soportaban y les serviría de remedio para su sustento, solicitaron al Papa Pablo III que los dos mil ducados se agregasen a la dotación de que ya gozaban. El Papa, por breve, comisionó al obispo de Coria, el cardenal don Francisco de Bobadilla, para que entendiese acerca de la conmutación del legado de Villasayas.

El 12 de julio de 1549, Nicolás Daza, con poder de las religiosas, requirió al Provisor de Coria, licenciado Diego de Reinoso. El 29 de octubre de dicho año, ante el escribano Juan Verdugo, las monjas recibieron los dos mil ducados, obligándose a mandar decir seis aniversarios anuales por el alma del Comendador. El subprior les había propuesto la celebración de un aniversario mensual con vigilia, pero "pareze que, según las dichas monjas, conttinuo las más estan enfermas sería mucho cargo los doze aniversarios". Tras la consulta con los visitadores don Pedro Manríquez y el sacristán frey don Pedro Gutiérrez, se establecieron ocho aniversarios anuales con vigilia y siete responsos en las fiestas de Nuestra Señora y uno cantado el día de San Jerónimo. Por provisión dada en Valladolid el 22 de agosto de 1549, mientras se obtenía la bula papal para la conmutación de la disposición testamentaria, los dos mil ducados se depositaron en Francisco Gutiérrez Flores.

El 18 de abril de 1551, en virtud de real provisión ganada por las monjas, don Pedro Manríquez, comendador de Benfayán, gobernador del Partido de Alcántara y visitador general de la Orden, ante el escribano Martín de Oviedo, les transfirió las escrituras originales de las rentas compradas, los intereses devengados y el dinero no empleado aún. Las religiosas debían enviar a la Corte, a poder de Juan Delgadillo y de Cristóbal de Oviedo, los 44.606 maravedís que el Tesorero de la Orden había pagado por la expedición de la bula y por otros gastos.

Frey don Luis de Villasayas también había donado al convento de la Fuente Santa, de la orden de predicadores, de Galisteo veinte fanegas de trigo anuales, con la carga del rezo de una salve diaria. Como los frailes no hubieran aceptado la manda, por bula papal, se conmutó a favor de Sancti Spíritus. En mayo de 1553, el mayordomo Nicolás Daza clérigo, pidió al visitador que estaba tomando cuentas del remanente de la disposición del Comendador, la entrega de la renta perpetua de las veinte fanegas y el pago de todos los frutos vencidos desde la muerte del comendador, en consideración a que el convento ya estaba rezando la salve por su alma.

La disposición del Comendador de Eljas - La Enfermería del monasterio gozó de 9.714 maravedís en las dehesas del Charco del Concejo, Peral de Palomeque, Conejero, Machado, Esparragoso, Palacio de las Mozas, Casas de Jartín y Manivarda procedentes de los 20.000 maravedís que había mandado comprar don Alonso de Quiñones, comendador de Eljas, para la ración ordinaria y el cuidado de las monjas enfermas. En contrapartida, la comunidad se había obligado a aplicar por su alma una misa cantada perpetua cada año el día de San Benito.

En 1597, Clarián de Córdoba y su mujer Catalina Durán, vecinos de Brozas, en virtud de provisión de la Real Chancillería de Granada, recibirían en prenda pretoria las dehesas Casas de Jartín y Manivarda, que, pocos años después, Catalina Durán vendería al convento de San Benito. Como compensación, las monjas recibirían de los testamentarios del Comendador de Eljas 8.134 maravedís en rentas de juro.

LOS EDIFICIOS CONVENTUALES

El primitivo Convento de la Cañada.

Como ya es sabido, por cesión de la cofradía, las monjas pasaron a habitar el antiguo hospital. Los hospitales de la época solían consistir en escasas salas corridas donde pernoctaban los pobres menesterosos o se les atendía. El de Sancti Spíritus tampoco era muy amplio. Consistía tan sólo en la iglesia, el hospital, por dentro, y la casa del hospitalero, por debajo; como se verifica en la visita girada el 7 de febrero de 1526 por los comendadores de Herrera y Mayorga, en la que traían a colación la visita anterior, en la que se describía el edificio hospitalario junto con su capilla, germen del primer convento del Sancti Spíritus. Parece que los cofrades les dejaron la iglesia dotada con las imágenes y retablos que tenían, pues los referidos visitadores dieron a los mayordomos un plazo de cuatro meses para que "hagáis en el dicho ospital (el nuevo) un altar y en él pongáis una ymagen para que los pobres que en él estovieren se puedan encomendar a Dios".

Inevitablemente, les habría de resultar estrecho, por lo que, muy pronto, las monjas se vieron obligadas, como ya hemos analizado, a pleitear contra la cofradía por el cumplimiento de las obligaciones. Simultáneamente, emprendieron diversas vías para allegar dinero con vistas a solucionar las incomodidades, mediante la reforma del edificio recibido y la adquisición de casas colindantes, fenómeno de agregación observado en multitud de conventos femeninos.

Por Real Provisión de 1521, se les autorizó para pedir limosna en Galicia durante dicho año109. Además, solicitaron del Papa la concesión de indulgencia plenaria a los que visitasen el convento y diesen limosna para su erección y mantenimiento por ser entonces aún hospital.

El Consejo de las Órdenes también las favoreció con la aplicación del cobro de varas de alcaldes de Alcántara y de penas de Cámara. Así, en el año de 1531, los derechos y salarios que tocaron a Alonso de Campofrío y Martín de Acosta, por su condición de alcaldes ordinarios, fueron "librados por el Consejo para compra de sus casas para el combento", lo que desencadenó una demanda por parte de los afectados para que les restituyesen los 42.261 maravedís que aquéllas habían recibidos. Parece que las monjas perdieron el juicio, pues Fernando de Villarejo, en nombre del convento, solicitó ante la justicia real el goce del privilegio de menoridad y como tal la restitución de lo que habían pagado de los derechos y salarios de los alcaldes.

Con la finalidad de ensancharlo, las monjas incorporaron varias casas al monasterio, entre ellas unas con corral que habían comprado a Francisco Remellado y otras que el hospital, según declaración de Sebastián de Neyra, había adquirido con esta finalidad; el 20 y 26 de mayo de 1522, compraron, ante Pedro Bello, a Pedro Rol, vecino de Cabeza del Buey, dos casas con corrales; el 10 de junio de 1525, ante Alonso de Chaves, a Juan Hernández Gálvez un corral "a do se dezía el Escuela" "para incorporar en el primer combento junto al de los Remedios, donde se situó por la fundazión de la cofradía del Sancti Spíritus". Aunque pronto les embargaría el desánimo puesto que, a pesar de las reformas y ampliaciones, les seguía resultando estrecha e incómoda y, por su mucha antigüedad, se veían forzadas a emprender continuas reparaciones, como declararían en 1532, Alonso Váez que "anduvo algunos días trabajando en cierta obra que él hizo en el dicho monesterio" o Martín López, maestro oficial de albañilería y carpintería, quien afirmaría que la obra estaba muy mal hecha y resultaba peligrosa.  Durante dicha reforma, se realizó la tribuna para unos órganos que habían costado 22.000 maravedís, como depondría el carpintero Antón Sánchez, que fue "testigo al tiempo que hizieron la dicha tribuna, estuvo presente e la vio faser e que una sala que está en el dicho monesterio e otras obras nuevas que están en él este testigo como oficial carpintero que es la ayudó a fazer".

Desalentadas, ciertamente, por el hecho de que los fuertes desembolsos efectuados en las adquisiciones de las casas colindantes y en sus adaptaciones para el uso no servían para mejorar las condiciones de la vida conventual, las religiosas vislumbraron la posibilidad de mudarse, idea en la que las secundó el Visitador General, quien les autorizó a vender algunas de las casas para comprar otras donde levantar el nuevo convento. Sin embargo, el 13 de agosto de 1535, la Reina les concedería licencia para enajenar la casa de la calle de la Llanada, "ansí por no ser aquel lugar deçente para ello como por otros ynconvenientes", bajo la condición de que su importe se depositase en persona abonada hasta que "que se gasten en las obras y edifiçios de la casa del monesterio que al presente estáys".

En el Capítulo de Madrid de 1534-1535, se mandó hacer un torno que saliera a la iglesia "por donde se sirua lo que tocare al ministerio del altar" y que se cerrara la puerta que comunicaba el convento con la iglesia y que cuando el prior tuviera que dar los hábitos o la profesión, lo hiciere desde la iglesia sin entrar en la clausura.

El 4 de abril de 1538, el Consejo mandó que se entregaran a Ana Sánchez, viuda de Juan Gallego, 7.000 maravedís para el pago de las alcabalas de la casa que se le hubo tomado para el monasterio. El 19 de abril de 1544, el Consejo de las Órdenes dispuso que se abonaran a la mencionada Ana Sánchez los 7.500 maravedís que aún le debían. La mayor remodelación se llevó a cabo en la década de 1540, gracias a los mil ducados concedidos por el Consejo de las Órdenes y a varias mandas efectuadas por regidores y vecinos de Alcántara y la cesión de penas. En 1541, Martín de Oviedo y su mujer se obligaron a pagar 16.419 maravedís de una libranza de penas de Cámara; en 1549, serían favorecidas con otra libranza real de 17.868.

Por Real Provisión de 9 de marzo de 1540, el Consejo solicitó informe del gasto de los doscientos ducados entregados a cuenta de los mil concedidos para las reformas. En 1544, se remataron las obras y se otorgaron las preceptivas fianzas: en 1545, se reformó la cocina y se cercó el convento. En 1548, una vez acabadas, se rindió cuenta de los mil ducados librados por el Consejo.

En esta última ampliación del primer convento, se incorporaron tres fincas: unos corrales, "linde con el monasterio de Sancti Spíritus y por detrás la calle de las Escuelas", vendidos por el clérigo Juan de Morales el 10 de marzo de 1546 ante Martín de Oviedo; una casa en la calle de la Escuela que Alonso Hernández les traspasó el 8 de diciembre de 1547 ante Juan Verdugo; otra casa "linde con corrales deste combento y calle pública y estava en la Escuela" propiedad de María González y sus hijos, quienes la vendieron el 11 de dicho mes de diciembre de 1547 ante el mencionado escribano.

A pesar de todas estas mejoras necesarias, cada vez contemplaban más la conveniencia de trasladarse a un lugar más sano y acomodado para la clausura y salud de las monjas. No obstante, topaban con la imposibilidad de realizar este deseo debido a la falta de recursos. Por ello, solicitaron el apoyo real para logarlo. El 10 de mayo de 1554, el Príncipe don Felipe, por real provisión dada en Valladolid, visto el informe del visitador general de la Orden frey don Francisco de Toledo, les concedió, para este fin, 400.000 maravedís, a razón de 100.000 anuales en cuatro años consecutivos, que debía proveer la Mesa Maestral de Alcántara.

El 23 de enero de 1556, el Emperador don Carlos comisionó a frey don Claudio Manrique, comendador de Villasbuena y visitador general, para el traslado del monasterio porque "no está en sytio y lugar que conbiene para la salud y abitaçión de las monjas que en él biben ni menos se pueden labrar nj hedefycar en aquel sytyo los hedefyçios y aposentos para el rremedio de lo nesçesario". El lugar elegido se situaba dentro de la fortaleza, donde la tradición señala que se erigió el primitivo convento de los freiles alcantarinos, junto a la parroquia de Nuestra Señora de la Antigua, de modo que "el cuerpo de la yglesia sirva para lo que el monesterio y rreligiosas dél ha menester, quedándose la dicha yglesia parrochial, como al presente lo es". El monasterio se levantaría de nueva planta, conforme a la traza que ya había presentado el repetido comendador ante el Consejo de las Órdenes, el cual le conferiría facultad para expropiar, por su justiprecio, las casas que se precisasen.

El problema, cómo no, sería la provisión de fondos. En un principio, el príncipe don Felipe, atendiendo a las demandas de las religiosas alcantarinas y a las suplicaciones del Capítulo Definitorio de la Orden, había resuelto que se aplicasen durante un decenio, para la obra nueva del Sancti Spíritus, los cien mil maravedís anuales que las dueñas del monasterio de Santa María la Real de Medina del Campo recibían de la Mesa Maestral de Alcántara. Incluso, había ordenado a los tesoreros de las cuentas de dicha Mesa Maestral que, de los alcances, librasen 400.000 maravedís a las alcantarinas. Lógicamente, las dueñas apelaron la decisión, y tras haber sido consultado el Emperador, recuperaron la merced real.

A cambio, el 8 de diciembre de 1562, mientras se celebraba el Capitulo General de la Orden en la Corte de Madrid, Felipe II, con independencia de los 400.000 maravedís primeramente concedidos el 15 de junio de dicho año, concedió al monasterio de Sancti Spíritus dos mil ducados (750.000 maravedís), al tiempo que ordenaba a los contadores de las mesas de las tres órdenes que hiciesen efectiva dicha cantidad a la abadesa para que la depositase en el arca conventual con destino a los pagos de los trabajos que se realizasen. Sin embargo, los dos mil ducados no se librarían en una sola partida, sino en cuatro. Tampoco resultaría fácil su cobro, que se prolongaría hasta 1569, después de, el 8 de julio de 1567, el procurador general de la Orden de Alcántara, Bocanegra de Bracamonte, requiriera al contador Juan de Galarza para que en el plazo de tres días abonase la cantidad de la segunda entrega. Hecha relación por parte de Lucas de Carrión, procurador de las monjas, al Rey de lo que aún se adeudaba al convento, el 22 de marzo de 1583, Felipe II ordenó que se les pagase.

El 31 de diciembre de 1584, se libraría real cédula por la que el convento seguiría recibiendo ayuda para la continuación de las obras. En 1586, el penoso estado de conservación del convento de la Cañada, que había empezado a hundirse, aceleró la mudanza al nuevo que, aunque todavía no habían concluido las obras, ofrecía mejores condiciones de habitabilidad y mayor seguridad para la vida de las religiosas. Por ello, la abadesa doña Juana de Godoy, la priora doña Ana de Carvajal, la subpriora doña Florinda de Sotomayor, la cantora doña María de Oviedo y las monjas doña Isabel Suárez de Horna e Isabel de Argüello dirigieron la siguiente solicitud a Felipe II:

"Cathólica Real Magestad. El abadesa y monjas del monasterio de Sancti Spíritus de la Orden de Alcántara decimos: que por salir del notable peligro, que estamos en esta casa, haviéndose comenzado a caer parte de ella, y por el desconsuelo espiritual, haviendo dicho los Oficios Divinos à puertas cerradas, por el peligro del coro y de la iglesia, havemos procurado, con la merced que V. M. nos hizo de los seiscientos mil maravedís, y con haver empeñado nuestra poca hacienda en cantida de mil y quatrocientos ducados, de acabar parte de nuestra Casa nueva, lo más forzoso de ella, la qual está de suerte, que aunque con mucha estrechura, podremos vivir en ella con seguridad, y con más consuelo, por tener coro e iglesia. Y ansí suplicamos a V. M. sea servido de mandarnos dar licencia, y su real bendición, para que con ella entremos en nuestra casa, pues en virtud de ella, llevaremos mucha confianza de hallar en ella mucha merced y regalo espiritual de mano de nuestro Señor. Y esta misma tenemos, que vuestra Magestad, teniendo memoria de nuestra estrechura y necessidad, por faltar a nuestra casa muchas cosas forzosas por acabar. Y de la real palabra que nos tiene dada de remediarnos ésta, será servido de llevar adelante la merced de los seiscientos mil maravedís, atento que por el año que viene de quinientos ochenta y siete se cumple la libranza. Y para que sea servido de mandarnos dar nueva libranza por otros seis años, con los quales se podrá hacer buena parte de lo que falta. Y asimismo suplicamos a vuestra Magestad que, porque en este monasterio ha habido religiosas de singular virtud, de cuyo descanso tenemos por muy ciertas experiencias, y será de mucho desconsuelo dexarlas en esta iglesia, sea vuestra Magestad servido de dar licencia para que traslademos los huessos de estas religiosas a nuestra iglesia nueva, pues todo ello va enderezado a mayor gloria de nuestro Señor".

El 11 de octubre de 1586, don Felipe les concedió su real licencia y facultad "para que con intervención y asistencia de los dichos Visitador y Prior, y con su orden, y no de otra manera, las dichas Abadesa y Monjas se puedan passar, y passen a la dicha Casa y Monasterio nuevo, que para el dicho efecto está fecho en la dicha Villa; la qual dicha traslación se haga, como por las dichas Abadesa, è Monjas se pide, en la forma, y manera que se acostumbra, y debe hacer, sobre lo qual les encargo las conciencias, assi à ellas, como a los dichos Visitador, y Prior".

La iglesia del antiguo convento de la Cañada, una vez desalojado por las religiosas, se convirtió, a iniciativas de don Fernando de Aponte Aldana, en capilla de Santiago, hasta que el 12 de diciembre de 1596 decidiera trasladarla a sus casas de morada:

"Yo don Fernando de Aponte Aldana, vezino y rexidor perpetuo desta villa de Alcántara, hijo lexítimo y maior de los señores Antonio de Aponte Aldana, hijo de Hernando de Aponte y María de Obiedo Aldana, su muxer, mis abuelos por parte de padre (…) otorgo y conozco que por quanto desde mozo, siendo soldado en Ytalia, en servizio de Su Magestad, siendo General de la Liga que hizieron los Prínzipes Cathólicos contra los Turcos, el señor don Juan de Austria, en todas mis cosas y acaeszimientos tomé por abogado y patrón mío al bienaventurado apóstol Santiago. Y para cunplir con alguna de las muchas merzedes que Nuestro Señor me a hecho y haze por su interzesión, teniendo voluntad de poner en execuzión algún servizio en onrra del bienaventurado santo, procuré de haver la yglesia de Señor Santiago que estava en dentro de la villa, a la puerta de Jartín; y havida visto que estava en parte no dezente y que se caió, procuré de pasarla a otra que hube de las monjas de Santispíritus de Alcántara, la yglesia que antes fue monasterio, que está en la calle que dizen de la Cañada, por haverse ellas pasado al nuebo que se fundó en Nuestra Señora de la Antigua, dentro de los muros de ella. Con lizencia del obispo de Coria mudé la dicha adbocación al dicho sitio de la Cañada; y soy patrono de ella, y he procurado de muchos años a esta parte se diga missa en la dicha yglesia todos los domingos y fiestas y otras fiestas de devozión particular mía (...). Y porque io tengo voluntad de que la dicha yglesia de señor Santiago que está en la calle de la cañada, de que soy patrono, se mude en mi casa, en el quarto donde al presente vive doña Juana Ponze de León, mi madre, que no es vinculado y es mío. Declaro que si yo mudare la dicha yglesia en mis días o después de ellos lo hizieren nis subzesores (…)"

Por otros indicios, nos aventuramos a afirmar que el antiguo edificio de Sancti Spíritus se reutilizó posteriormente como convento de religiosas terciarias franciscanas bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios. En el inventario de "escripturas y compras de casas, corrales y heredades para la erección, fundación y extenssión deste combento de Sancti Spíritus en las dos situaciones que tiene y tuvo en esta villa de Alcántara" conservado en el Archivo Provincial de Cáceres125, menciona una serie de casas que "pertenecen al combento primero junto al de los Remedios", adquiridas por las monjas con su propia hacienda para ampliación de las dependencias recibidas del hospital.

La obra del Convento nuevo

Para la erección del nuevo convento, las monjas fueron adquiriendo a lo largo de varios años diversas edificaciones: a Manuel Rodríguez, el 6 de diciembre de 1557, ante el escribano Martín Rodríguez, dos casas , una junto a la puerta de Nuestra Señora de la Antigua y la denominada del Horno, sita detrás de la referida iglesia. El 22 de dicho mes y año, ante el arriba mencionado escribano, compraron a Alonso Sevillano y su mujer Juana Morena y a Catalina Hernández viuda de Juan González, una casa detrás de la iglesia.

En 1561, se hicieron con la propiedad de varias casas , que no se especifican. El 8 de diciembre de 1570, Mateo de Sevilla y su mujer Dominga Hernández les vendieron unas con huerto, en la villa vieja; el 8 de febrero de 1575, el clérigo Gonzalo de Campofrío, les vendió otras en dicho sitio. También, se incluyeron la mitad de unas casas que Francisco López y su mujer Catalina Hernández habían traspasado a Catalina Alonso, mujer de Juan de Amores, el 22 de junio de 1550, ante Juan Verdugo. Asimismo, incorporaron la casa llamada del Hospital de la Trinidad por compra a Isabel Díaz. Hernando González Carmona les traspasó otras en la villa vieja, que junto con su mujer Mencía Méndez, había comprado al matrimonio formado por Juan Rebollo y Juana Martín.

El 30 de octubre de 1583, estando de visita el ilustre señor don Bartolomé de Villavicencio, comendador de la Puebla, inspeccionó personalmente las obras, para lo que mandó al mayordomo Antonio Jiménez que nombrase dos maestros de albañilería, cantería y carpintería con el fin de que tasasen lo construido y presupuestaran lo que aún faltaba. El 4 de noviembre, el mayordomo, respondiendo a este mandamiento, citó a los diversos artífices: a García de Acosta y a Diego de Galavís, respectivamente maestros de albañilería y de carpintería de la obra; a Francisco Alonso, cantero; y a Alonso Martín, cerrajero, todos vecinos de Alcántara. Sin embargo, la autoría de la traza debe ser atribuida a Juan Bravo, natural y vecino de Brozas, quien ya por entonces era, por encargo del referido comendador Villavicencio, maestro mayor de las obras de la Orden en el Partido de Alcántara y autor de las "trazas y plantas de todas las obras y edifiçios de yglesias parrochiales, monasterios y fortaleças y cassas de encomiendas", como se reconoce en su real nombramiento como obrero mayor del referido Partido. El día 20, los tasadores informaron de que, hasta 1582, se habían recibido para las obras 1.046.642 maravedís y se habían gastado 1.334.525, por lo que el convento resultaba alcanzado a favor del mayordomo Antonio Jiménez en 287.883.

El 25 de noviembre, García de Acosta y Diego de Galavís redactaron un memorial pormenorizado del estado de las diversas dependencias y sus dimensiones. Faltaban por lucir todas las paredes y solar de ladrillo las diferentes piezas, incluso las que ya estaban acabadas. La portería, de 41 pies de largo por 26 de ancho, estaba por techar y faltaba por levantar en ella dos locutorios para los seglares, y otros dos para las monjas.

El claustro medía 67 pies de largo por 55 de ancho; 10 de largo a la redonda; de clara 46 y 36 de ancho. En él, se había de construir una cisterna de 30 pies en cuadra y otros tantos de profundidad. Para sus paredes, se necesitaban 10.000 ladrillos, los cuales irían lucidos con la tradicional mezcla de cal y arena. La cisterna quedaría dividida en dos partes por un tabique de ladrillos y se cerraría con un casco (bóveda) de 4.000 ladrillos, sobre la cual irían 120 varas de lanchas. Además, para allanar el suelo de alrededor, se habían de rozar las peñas que afloraban.

En el corredor bajo se había de hacer un antepecho, de mampuesto de piedra y cal, para que el claustro de la cisterna quedase llano y limpio a la manera del de San Francisco, de tal forma que recogiera limpia el agua de lluvia. En total habría de llevar 225 varas de lanchas.

El tránsito del corredor al corral estaba acabado, al igual que la escalera principal y el callejón y despensa que estaban debajo de ella. El coro alto tenía 40 pies de largo y 30 de ancho. En el bajo, de 44 pies de largo, en un rincón se había alzado una escalera de subida al coro alto y en el otro el tránsito para el jardín, de 18 pies de ancho, que pertenecía a la parroquia de la Antigua. Además, en el coro bajo, donde se emplazarían los enterramientos de las monjas, el suelo, que era de piedra, debía ser rebajado en cinco pies.

La sala capitular, de 30 pies de largo por 20 de ancho, se emplazaba debajo del coro alto y estaba ya cerrada de bóveda. La cocina medía 26 pies de largo por 21 de ancho. Estaba cerrada con seis capillas de ladrillos y, en medio, dos columnas. Del claustro bajo salía un tránsito para el corral. El repartimiento medía 21 pies de largo por 15 de ancho, cerrado con un casco de ladrillo. El refectorio tenía de largo 60 pies y de ancho. En una de las paredes se harían dos alhacenas Debajo de él, se hallaba otra habitación; encima, uno de los dos dormitorios corridos de las monjas, cuyas dimensiones eran 105 pies de largo por 22 de ancho. A la esquina de la parte de poniente, se emplazaban las necesarias, de 19 pies de largo y 11 de ancho y de alto hasta el tejado 47 tapias de pared. El dormitorio quedaba separado de las letrinas por una pieza.

El otro dormitorio se había construido al mediodía. Era ligeramente más pequeño: 90 pies de largo por 18 de ancho. Pegado a la portería había un cuarto hacia la calle, de 55 pies de largo por 19 de ancho, en el que, para servicio de la portería, se tenía que alzar una escalera y abrir una puerta con su portada de cantería. En el patio bajo se abriría un desagüe hacia el corral.

A fin de que las monjas no pudieran ser observadas, era preciso modificar la torre de la iglesia: las dos ventanas que caían al monasterio y al corral respectivamente debían ser tapiadas; la propia torre, alzada de seis pies para colocar las campanas y cerrada con un casco de ladrillos para que nadie pueda asomarse.

En el jardín existía una cisterna, rodeada de una tapia de 166 varas de largo a la redonda y 20 pies de alto por la parte de fuera y 10 por la de dentro, toda de barro revocada de cal.

Para concluir las obras, se necesitaban aún 2.340.883 maravedís y adquirir dos casillas colindantes. Además de los 17.000 ladrillos de solar, los 3.000 grandes para las bóvedas y las 4.000 cargas de piedra de pizarra que estaban almacenadas a pie de obra, se había de encargar dos ventanas para el locutorio; 4, para el dormitorio que daba sobre el río; otras 4, para el otro dormitorio que estaba por cubrir; 2, para el cuarto de la abadesa, que se situaba por cima de la portería; también los diez pasos de la escalera para subir al púlpito, el bocal de la cisterna cuadrado con su arco de cantería para el carrillo y los antepechos del corredor alto.

En cuanto a las rejas, faltaban las de los dos locutorios, la de la portería, las de los aposentos, voladas hacia fuera, para la ventana grande de poniente; las tres rejas de las necesarias; la de la ventana grande de poniente del refectorio, la del repartimiento, las dos de la cocina y la del coro alto. De madera, quedaban por realizar los artesonados, vigas, puertas y ventanas.

Desglosados por capítulos, para la obra de albañilería se requerían 1.057.515 maravedís; para la de cantería, 151.136; para la de hierro, 141.348; para la carpintería, 990.884.

Una vez concluidas las obras, resultó un edificio notable, como revelan los elementos singulares que sobresalen de la ruina en que hoy en día está sumido el edificio.

Para las funciones religiosas, las monjas se servirían del templo de Nuestra Señora de la Antigua135, compartiéndolo, hasta la exclaustración forzosa de 1835, con los escasos feligreses que le quedaban, y "el dicho cura havía de allanar las llaves del sagrario de la dicha parroquia a los capellanes de dicho comvento para administrar los sacramentos a las religiosas de él". Con este fin, se había levantado el monasterio contigua a la iglesia, a cuyos pies se abrieron los coros bajo y alto, donde las monjas daban culto a las imágenes de su devoción, ofrecidas por diferentes religiosas. Allí veneraban a una efigie de vestir de Nuestra Señora, de cinco cuartas de altura que había donado la religiosa doña Catalina de Aldana; un crucifijo, de tamaño mediano, regalado por doña Isabel Suárez. No podían faltar las imágenes de los titulares de la Orden, San Benito y San Bernardo de Claraval, ambas de bulto redondo, doradas y estofadas, con las que había obsequiado al monasterio doña Ana de Aldana.

Asimismo, colocada en su retablo del coro alto, se hallaba una imagen de Cristo Crucificado de dos varas de alto, sobre cuya posesión entablaría pleito la parroquia . La luz penetraba por una ventana que daba al vergel. En el coro bajo, donde se asentaban dos confesionarios y un torno para el servicio de la iglesia, colgaba un cuadro del Descendimiento, obra antigua pintada sobre tabla, de vara y media de alto y una de ancho. Doña Isabel de Argüello donaría una grabado sobre tabla con la imagen del Ecce Homo.

En la Sala Capitular, se alzaba "un retablo grande de la adbocazión de Nuestra Señora y los Apóstoles con la venida del Espíritu Santo, obra antigua" de pincel, sin duda trasladado desde el altar mayor del viejo convento de la Cañada, cuya iglesia debió de presidir a tenor de la escena representada del día de Pentecostés.

Ilusionadas con la nueva casa, en 1585, concertarían con un impresor de Salamanca el ajuste de dos cuerpos del dominical que les habría de imprimir. Asimismo, establecieron diversas prácticas piadosas. Poco antes de su traslado, habían erigido la cofradía de Nuestra Señora del Rosario, que sería confirmada por el visitador general en 1586. El 1 de enero de 1600, congregadas en su cabildo, a instancias de algunas religiosas, se fundó una memoria de misas en honor de Nuestra Señora y de otras devociones, para lo cual contribuyeron la abadesa doña María de Oviedo Perero con 24 reales para doce misas, su hermana doña Ana de Aldana con igual cantidad, y doña Juana de Godoy religiosa muy anciana con congrua para 9 misas. El dinero se lo entregaron al mayordomo para la compra de renta, que no figuraría a nombre de las donantes, sino del convento. En 1597, en virtud de Real Provisión, las monjas recibirían, para el servicio de sus actos comunitarios, los órganos viejos que poseía el sacro convento de San Benito.

El nuevo convento, aunque les ofrecía mayores comodidades, sin embargo presentaba también grandes inconvenientes por el hecho de haberse levantado en la villa vieja, alejado de la vecindad y comercio del arrabal en un lugar tan "despoblado y con tan gran soledad que si subcediere alguna enfermedad o azidente a alguna rreligiossa no ay quien pueda llamar al confesor o médico", como se quejarían las monjas en 1614.